Megui Sturua, alias Caracola, pasó de largo las oficinas del decanato, haciendo esfuerzo empujó la pesada puerta y salió a la calle. Caminaba distraída por el mismo borde de la acera cuando, de repente, una huesuda mano como pinza la agarró por el codo.
— ¡Ladrona! ¡Atájenla!
Megui, inconsciente todavía de lo que pasaba, quiso zafarse.
— ¡Ayúdenme! ¡No puedo con ella! ¡Desgraciada! ¡Mi sangre me la ha chupado toda, fuerzas le sobran poreso!
Por fin, la muchacha se dio cuenta de que la causante de ese griterío era ella misma. Se giró y vio a una vieja alta, flaca, que llevaba un vestido negro cerrado y un chal, negro también, que le cubría la cabeza. Tenía las mejillas muy empolvadas y los labios pintados de rojo carmesí.
— No te me escaparás, sinvergüenza. ¡Desgraciada, mehas robado lo más querido que yo tenía! ¿Dónde se havisto robarle el hijo a la madre?
Para que Megui se quedara perpleja bastaba dirigirle una sonrisairónica. El apodo de Caracola no se lo pusieron de casualidad. Aún en la escuela, los chiquillos se mofabande ella diciéndole “molusco” o “tortuga”, la amenazaban con romperle un día "la concha" en la que se escondía, cada vez que veía acercarse el mínimo peligro. Su timidez yapocamiento provocaban estallidos de alborozo común, porlo que muchos consideraban una cuestión de honor llegara ponerla en ridículo.
Con el tiempo, los mordaces apodos que le habían puesto sus atormentadores escolares,siguieron con ella cuando se matriculó en la universidad. Desde luego, allí se tornaron mucho menos virulentos, pero le desagradaba saber que, a los ojos de los demás, era "caracola". ¿Tenía ella acasola culpa de que la naturaleza la hiciera incapaz desentirse desenvuelta en compañía de "amigos", que sólose acordaban de ella cuando hacía falta copiar sus anotaciones de alguna asignatura?
También ese día, cuando terminó la última prueba, y sus compañeros de año se desparramaron en alegres y risueños grupitos, ella se quedó sola, como siempre. ¿No estaba en eso, acaso, el origen de todas sus desgracias?
Entretanto, Megui no podía pronunciar ni una palabra, su cara cambiaba de color a cada instante. Crispaba los dedos, tratando de dominar el nerviosismo, pero en seguida los aflojaba, impotente de controlarse. Otra, en su lugar, hacía mucho que habría terminado con ese malentendido, pero la Caracola pensaba sólo en cómo evadir las miradas de la gente que la rodeaba. Sus miradas curiosas la hacían sufrir.
La muchedumbre comentaba en voz alta. La muchacha oyó la palabra "policía", se asustó aún más, intentó otra vez salirse del cerco humano, comprendió que era inútil y se amilanó.
Asombrada por la timidez de su víctima, la vieja dejó de gritar con la misma prontitud que cuando formó el escándalo. Pareció reflexionar unos instantes. Luego se bajó al suelo, abrazó las piernas de la muchacha y empezó a besarle las rodillas, dejando en ellas manchas color sangre. Eran huellas de la pintura de labios.
— Perdóname, cariño. Ten piedad de esta imbécil...Que se me seque mi estúpida lengua, si digo algo malo deti... No puedo vivir sin él... Deja que vea a mi hijo... El meextraña mucho... Rezaré por ti, limpiaré pisos en tu casa...Te regalaré un radio... Todo, todo lo puedo. No mires quesoy vieja, la felicidad multiplica fuerzas... Ay, con tal deque vea a mi hijo... Y si quieres, me moriré... Para noestorbar.Dejasólo que toque sus rizados mechones.Yo misma me cavaré la tumba y allí me duermo parasiempre...
La Caracola sentía que se desvanecía. Lacabeza le daba vueltas, veía ante sus ojos manchas verdes y amarillas.
—¿Por qué sigues muda como una roca? Ten piedad, tedigo. ¿Madre te haparido o quién?
Inesperadamente, un nuevo personaje terció en esa terrible escena. Una corpulenta mujer, ya entrada en años, iba abriéndose paso enérgicamente a través de la muchedumbre. Decía algo en voz alta. Sus palabras despertaron interés y el griterío se extinguió.
—Váyanse. ¿No ven acaso que es una enferma, pobrecita?... Tiene dolores de cabeza... A veces quiere tirarse alprecipicio. Tirarse al suelo es yalo de menos... Váyanse queles tiene miedo a todos...
Pero, la gente seguía en su lugar. La mujer les dedicó una mirada reprobatoria, hizo con un brazo un ademán de resignación y se ocupó de la loca. Y de que realmente era una loca, los presentes se habían dado cuenta antes de la clara alusión a dolores de cabeza.
— Ay, Margó de mi alma... ¿Por qué te tiras en el piso?¿Dónde voy a buscarte un vestido limpio? Meses te pasassin lavarte la cara... No dejas que te lave la ropa... Levántate,que te vas a resfriar. Levántate, anda. Vamos a casa.
—Háblale, Ketó. Ella no me ha perdonado... No quierehablar conmigo. Me moriré aquí, a sus pies. Que ose mirardespués a los ojos de su marido.
—Margó ¿no ves acaso que no es Leila? En nada se leparece. Mira: ni la boca, ni la nariz son de Leila. Además,tiene una frente más alta...
— No discutas conmigo. No veo por los ojos, veo con micorazón de madre...
Ketó quiso levantar a Margó, pero no pudo.
— Ayúdeme, por favor - le susurró a Megui—. Sola yono puedo con ella. Se pasará tirada así el día entero.
La Caracola obedeció sin chistar.
—¿Me has perdonado? —preguntó indecisa Margó al ver que la muchacha la sostenía—. Sin ti no me iré de aquí.
— Te ha a perdonado, sí — dijo Ketó aprovechando en el acto la indecisión de su tutelada—. Vamos a casa, que allí brindaremos té a nuestra visita.
Megui siguió maquinalmente a Ketó. En uno de sus hombros se apoyaba la repugnante y desaseada vieja; a sus espaldas, cuchicheaban y soltaban risitas los mirones.
La pintoresca terna dobló la calle internándose en un patio donde hacía un calor insoportable, y subió por una escalera de madera a un segundo piso.
— Ya llegamos.
En la habitación había unas cuantas sillas viejas, crujientes, una mesa redonda cubierta con un mantel descolorido, un armario ropero con un gran espejo y una cama metálica. La capa de níquel que la cubría se había desprendido en muchos lugares. Margó se dejó caer en su angosto y hundido lecho. Cerró sus ojos, pero no soltó la mano de Megui.
—Aguante un momento más, niña.¿Es usted estudiante?
— Sí — dijo a duras penas la Caracola.
—¿Se asustó? Estámás muerta que viva. Usted es la tercera a quien ella acomete así, en plena calle... Sólo que lasotras eran másavispadas: la empujaron y desaparecieron, nivistas ni oídas. Margó, la pobre, sufrió mucho, lloró y luego,volvió a lo mismo. Anda buscando, y no me explico cómoescoge. Una era trigueña; otra, rubia; usted es una criaturadiminuta... No se la puede dejar sola ni por un momento.Entré en una tienda y ya, ise formó el lío!... Margó y yollevamos ya cuarenta años de vecinas. —Mientras hablaba Ketó se deslizaba por la habitación quitando el polvo a losmuebles—. Era una belleza, muy atareada siempre. Teníaalma de artista. Los domingos todos los vecinos de la casa se reunían en su habitación. Mi Sergó traía la guitarra, yellos dos se ponían a cantar en dúo... ¡Quéemocionante!Oiga, ¿tal vez le estoy dando la lata? Si quiere, mecallo.
— No, esto me interesa —dijo sincera Megui. Habíaempezado a recobrar la ecuanimidad y quería averiguar quéhabía pasado, en fin de cuentas.
— El hijo de Margó cayó en la guerra, y la pobre nopuede acabar por comprender que él ya no existe en estemundo. Se imagina que lo esconde en su casa la novia: éliba a verla en contra de la voluntad de la madre. Aún así,se siente más aliviada. También yo me pongo a soñar aveces, me digo que mi Sergó no pereció en el frente, sinoque se fue a vivir con otra. Me entra rabia, pero así nolloro. La rabia alivia en ocasiones. No es fácil conformarsecon la pérdida del marido, hijita; y perder un hijo duelemucho más... Qué bueno y educado era Rezó, y su novia,Leila, no era mala. Luego se casó con el administrador deuna fábrica. Sus hijas parecen unas muñecas; le llevarán a usted un par de años, tal vez. En fin, una familia comopocas hay. Viven del otro lado de la calle. Margó ve adiario a Leila, pero no la reconoce. Está buscando amuchachas, cómo si su hijo se hubiera perdido ayer mismo.Ni ella ni yo tenemos parientes, el pasado nos ha unido.Para vivir hace falta alguien que recuerde la felicidad deuna. Porque a veces, le entran dudas a una: ¿de veras huboese pasado o fue un sueño?...
La enferma se movió. Abrió sus ojos, oscuros, hundidos, y miró triste alrededor.
— Tengo ganas de dormir, y ¿si se me va? Leila, hijita mía.
Megui sintió que su corazón se le encogió de una inesperada compasión.
— Tranquilízate..., mamá. Estoy aquí.
La anciana quedó absorta.
— Ya tendrá hambre, hijita —dijo Ketó que con el delantal puesto ya estaba en el umbral de la habitación con unplato en las manos—. Quédelgadita es. Transparente. Aquíle traigo jarchó*, es para chuparse los dedos de sabrosa...
—Gracias, no quiero. Me están esperando mis padres.No sé qué hacer.
—Váyase, entonces.
—¿Y ella?
— Ya se le pasará. Llorará y entrará en calma luego.Margó se olvida pronto.
—¿Ysi no se olvida?
— …
— Bueno, aquí le dejo mi telefono. Si ella se acuerda, llámeme.
En su casa Megui no contó nada. No estaba acostumbrada a compartir con los padres las cosas que le pasaban, y procuraba evitar sus molestas atenciones. "A mi papá y a mi mamá no les interesa lo que yo piense o quiera; les interesan sus propios planes respecto a mi porvenir. Se aprovechan de mi débil carácter". Los padres veían que su hija no se mostraba cariñosa, pero lo explicaban a su manera: a su innato carácter huraño. Creían, sin embargo, que esa cualidad no era negativa, ni mucho menos: menos tiempo se pasará charlando con sus amiguitas, se dedicarámás al estudio. Por eso nadie se fijó cuando le telefoneóKetó.
— Noquería perturbarla, hijita... Noquería, pero nome aguante: ella está muy agitada, llama a usted y al hijo,llora... No come nada... Tenga la bondad de venir por un minuto siquiera…
Megui salió disparada a la calle. Si demoraba, algo irreparable podría ocurrir. Ella misma se sorprendió al sentirse tan emocionada. También fue una revelación paraella la satisfacción que experimentó al ver a Margó. Ni siquiera había sospechado antes cuánto importaba sentirse necesaria y de interés, aunque fuera para un ser tan miserable como una vieja loca que la tomaba por otra persona.
Los padres de Megui procuraban no mimar a su hija única, y en ese empeño suyo se pasaban de la raya, a menudo. Constantemente le decían cuánto se estaban sacrificando por ella, cuál ingrata ella se mostraba, y que debía obedecerles. Estas continuas peroratas la indujeron a creer que era un estorbo para los padres. Naturalmente, esto no era cierto, pero la muchacha lo tenía por una verdad irrefutable.
— ¡Bienvenida, cariño! Sentiste que te estábamos esperando. ¿No te dije, Ketó, que ella lo presentiría?
Megui vio que Margó procuraba mirar a hurtadillas a espaldas de ella.
— Y Rezó¿dónde está? ¿Abajo, en el patio?
—¿Rezó? —Megui titubeó incapaz de ingeniar unarespuesta.
— Sí, Rezo, tu marido y mi hijo. Rezó. ¿Por qué noentra?
— El... está de viaje, en comisión de servicio —se leocurrió decir a Ketó—. Tu mismaquisite que fuera geólogo.Así que confórmate ahora con esperarlo.
— Verdad. De nuevo me falla la memoria...
— Y los padres ¿cómo están? —la vecina quiso desviardel escabroso tema la conversatión.
—Están bien.
—¿Quiénes son? ¿Tu padre estará exento o es quetiene demasiada edad para ir al frente? —se interesóMargó—. Parece que gana buen sueldo. Mira, llevas un vestido decrespón. En nuestros tiempos esto no se ve todos los días.¿O es que mi hijo se ha mostrado tan generoso contigo?
Megui sabía que vestía con bastante modestia, pero la alabanza de la vieja le cayó bien.
— Mi papá y mi mamá son físicos, científicos —Meguidecidió no referirse al "hijo"—. Mi padre es candidato adoctor; mamá defenderá su tesis el año que viene.
—¿Tienes hermanos?
— No.
—¿Te estarán adorando por hija única? ¿Verdad?
— …
— Quéhermosa es muestra Leila. Buen gusto tiene mi hijo. No escogería a una mala. La muchacha es un primor. ¿Por qué no me había fijado antes en eso?
— Y bien que lo dices, Margó. Es una belleza.
Megui no estaba acostumbrada a escuchar elogios. Nadie había hablado de ella en términos semejantes y en su presencia. Le agradaba y molestaba, a la vez; parecía estar escuchando una conversación que no debía presenciar.
El físico de ella no era gran cosa. Podría pasar por graciosa, si no se afeara a propósito. Se esforzaba al máximo por no llamar la atención de los demás. Un peinado ordinario, espejuelos de armadura de mal gusto...
— Recuerdo que cuando yo era pequeña había lacostumbre que la madre del novio llevase a su futura nuera alos baños de vapor, a ver si tenía algún defecto. A la nueranuestra no hay que llevarla allí: lo tiene todo y bien visible...Yo soñaba con una muchacha así para mi hijo, y resultaque vive al lado... Realmente, mi Rezó sabe lo que quiere;bien procedió en no hacerme caso a mí, la vieja estupida.Buena lección me ha dado...
Sin darse cuenta, Megui se dejo llevar ella misma por esa leyenda que iba surgiendo ante sus propios ojos. Qué sencillo resultaba: si algo te falta, invéntalo, cree que lo tienes y serás feliz. La Caracola ya estaba a punto de creer en la existencia de ese remoto amado suyo Rezó. Al calor de las miradas llenas de adoracion que las ancianas le dirigian, la muchacha empezó a sentir seguridad en sí misma, seguridad que tanto le faltaba.
Cada mañana, después de desayunar a prisa, se iba de la casa sin decir nada. ¿Y qué les diría a sus padres? ¿La comprenderían acaso?
Los padres, cuando regresaban del trabajo, la encontraban siempre en su lugar habitual: sentada en una butaca, al lado de la ventana, y no sospechaban nada.
Así transcurrieron dos meses, y un día...
A las cinco de la mañana, un vecino asustado, en pijama y en chancletas, despertó a los Sturua: se había averiado la cañería y el agua inundó la planta baja. De algún modo se logró cerrar la válvula de la cañeria, y hasta las nueve de la mañana se estuvo secando el agua en el cuarto de baño. Con mucho trabajo se logrólocalizar por teléfono al fontanero.
— Tendrás que permanecer en la casa. Espero que un día no trastorne nada tus planes. ¿Verdad? Si vienen areparar y ven que no hay nadie en la casa, se marchan, y no hay quien logre hacerles venir otra vez.
—Es que tengo que salir... Aunque sea por media hora...Me estan esperando...
—Por la mañana es imposible, ni lo pienses. En fin decuentas, papá y yo estamos trabajando, mientras que túestás de vacaciones ahora. Puedes sacrificarte en algo portus padres. Nosotros nos sacrificamos por ti mucho más.Te relevaré hacia las tres de la tarde.
Megui tuvo que avenirse. No sabía discutir con su mamá que siempre saliá con la suya, no importaban las razones contrarias. Lo único que quedaba ahora era esperar que a Ketó se le ocurriera llamarlaporteléfonodesde lacalle.
Pero, en vano esperó, la incertidumbre lapuso nerviosa, y de contra, la madre llegó hora y media más tarde de lo que había prometido.
Cuando la Caracola ya estaba vestida y se disponía a salir, llamaron a la puerta. Por costumbre, la muchacha miro por la mirilla y vio a Margó.
—Leila, hija ¿estás enferma? Yo me escapé de Ketó...Ella se metió en la cocina, y yo, en seguida a la calle. No medejaba venir a verte. Como si no supiera que estás solaen la casa y no tienes a nadie, ni siquiera para alcanzarteun poco de agua. ¿Puedo entrar?
— Claro... ¿Cómo ha encontrado mi casa?
— Hace mucho que sé dónde vives —la vieja guiñó con expresión de picardía un ojo—. Te acompañamos cada día. No vaya a ser que alguien te maltrate. Al principio, Ketóse opuso, pero después aceptó. Sólo que no me permitió decirtelo: tenía miedo de que te enfadaras y dejaras de visitarnos.
Con el rabillo del ojo, Megui notó que la madre salió al pasillo y miraba sorprendida a la visitante inesperada.
— Te traigo un regalito. Ketóguarda esas galleticas dulces con mucho cuidado, las tiene contadas con el poco racionamiento que nos toca en esos tiempos. Yo muerdo una, y tan pronto Ketómira a otro lado, yo la escondo en mi vestido, ella no se ha dado cuenta.
La Caracola se sintió conmovida por las atenciones de Margó; las galleticas eran un manjar para la anciana, era golosa cual una niña y lloraba cuando se acababan. Por eso Ketó las contaba, para ver si ya era hora de comprar más.
— Gracias, madre. ¿Para qué se ha tomado tanta molestia?
La loca sacó un puñado de cachos de galletica mordisqueados.
—¿Por qué no comes? ¿No te habré complacido acaso?
Viendo la cara de Margó, retorcida en un esfuerzo porcontener las lágrimas, Megui cogió presurosa algo que menos sucio parecíay se lo trago por obligación.
—Yo sabía con qué podría agradarte... Lástima que nohaya traído tocino. Alimenta mucho. En primavera habíanexigido aretes de oro por él, pero Ketó lo consiguió pornada. Acuéstate que a los enfermos no les conviene andar. ¿Donde está tu cama? Ay, qué descarga me echará Rezó porno cuidarte... ¿Has recibido carta de él?
— No, madre.
— Megui, ¿a qué viene tanta conversación? Dale quincekopeks, y que se vaya —la voz de la mamá sonó sugestiva;en su mano tendida brillaba burlona una monedita reciénacuñada.
— Estás equivocada, es una conocida mía —balbuceó laCaracola.
— La mujer está enfadada, Leila. ¿Quién es ella? ¿Vecinatuya? —Megui se asombró de lo justo que había captado laloca el tono de su mamá.
—Es mi mamá...
— Mucho gusto de conocerte. Ya era hora de que nosconociéramos, pues ya estamos emparentadas —Margó hizouna ceremoniosa reverencia—. Quiero mucho a tu hija, note preocupes que no la trataré mal...
— Lo único que me preocupa es que usted se marchecuando antes. Una casa decente no es para usted.
— Mama, no hables así.
— Si te he ofendido en algo, discúlpame —Margó seguía haciendo esfuerzos por llegar a la comprensión mutua—. Hevenido con buena intención, como cuadra a los parientes...No te pongas brava conmigo porque no quise aceptar antesa tu hija como nuera mía, de eso me arrepiento...
— Por favor, no me tutee —la madre de Megui torció sunariz en gesto de repugnancia—. Usted y yo no nos conocemos. Y si quiere ahorrarse disgustos, que sea esta su últimaconversación con Megui. No está ella para entrar en sufamilia. Recuérdeselo bien. Y ahora, váyase.
— Así que tu disgusto no es porque desairé a Leila…
¿Por qué será entonces? ¿No te cae bien mi Rezó? Pero ya llevan mucho tiempo juntos, es irremediable... La furia huera nace de la impotencia. No lo entiendo. No soy mejor que tú y, sin embargo, me tienes miedo... ¿Serémás fuerte acaso? ¿Puedo quitarte algo acaso?
— Oigame, ¿estara usted en sus cabales o no? ¿De quéLeila y de qué Rezó me está hablando? Y si llego a ver a suhijo... ¿Pero acabará de irse, de una vez, o llamo a lapolicia?
— Mamá, por favor, no hablesasí.
La anciana miraba escrutadora a su ofensora, tratando de averiguar el porqué de su grosería.
— No conoces a Leila... No conocen a Rezó... ¿Por quémientes? Tan joven y guapa que eres... Tu marido no estaraen el frente... Vives bien: tienes de todo... Y sin embargo,te enfureces porque yo acaricje a tu hija. ¿Ya quién si no aella puedo acariciar? Mi hijo está muy lejos. Deberíasalegrarte del bondadoso y caritativo corazón que ella tiene...No es fácil estar a bien con la gente y, en cambio, ella sílo sabe... Leila, no estoy brava contigo... Tú no respondespor tus padres... Guando te pongas bien, ven a vivir a micasa. Serás bienvenida...
Procurando no tocar a Margó, la madre la desplazó fuera del apartamento y luego miró a Megui con et rostro retorcido por la furia. Miró de hito en hito a su hija, aguantándose a duras penas de no abofetearla, despúes soltó de repente unas carcajadas.
—¿Habrá una pizca de verdad en todas las habladuríasde esa anormal?
— No.
— Magníficas amistades las tuyas. ¿De qué manicomio la has sacado?
— Le mataron al hijo en la guerra, por eso estáasí...
— Una tragedia. Sucede. ¿Pero qué tienes que ver tú contodo esto? Y para colmo, le has dicho "madre". Y si alguienlo oyera ¿te imaginas qué pasaría? Para los chismosos eso sería más que suficiente. Cuando lo oí, me quedé tiesa.Ni siquiera atiné a comprender con quién me las estabaviendo. Bueno, ve a bañarte. Tus amistades te pegan cualquiercosa, y luego yo tendré que cuidarte, si caes enferma.
— Mamá, yo tengo que ir allí... Ella, tan desdichada...
— No digas tonterías. ¿Quieres que las vean juntas? ¿Para regar luego por toda la ciudad la noticia?
— Pero, mamá, ella se siente tan desdichada...
— Qué desdichada ni qué desdichada... ¿Crees que amíme sobra la dicha? Pobre de mí, que he criado a una ingrata.Estuve en ajetreos contigo por las noches, abandoné la carrera... Me matriculé para estudiar por las noches... ¿Creesque no pasé trabajo? De día estaba atendiéndote a ti; porlas noches corría a las clases; regresaba a casa y me sentabaa estudiar... Me sacrifiqué en todo... ¿Ypara qué? ¿Paraque llames "madre" a una loca?
— ¡No me grites!
Sorprendida por la súbita repulsa, la madre enmudeció por un instante.
— ¡No me hables así! ¡Que soy tu madre!
— Pero, no soy ninguna propiedad tuya. Oyes sólo loque tú misma dices... No hagas esto, no hagas lo otro. Loque te hace falta no es hija, sino un perrito faldero. Me has convertido en una inútil. Ni siquiera me atrevo a hablar conmis coetáneos: temo que me griten, que me insulten.
— Dios mío, ¿qué es esto? ¿Dónde estála justicia? Mesacrifiqué por otros, no escatimé nada... Y qué recompensa:soledad, hielo y vacío...
Esto fue lo último que oyó Megui al cerrar tras de sí la puerta del apartamento.
...Aún desde la calle oyólaCaracolagemidos monótonos. Antes los había escuchado en funerales, más de una vez, y se asustó: ¿será posible que el altercado haya influido tanto en la anciana?
La muchacha subió la escalera en un abrir y cerrar de ojos, deteniéndose en la puerta. Margó estaba sentada en el piso, se mecía y aullaba cual un lobo:
— ¡Ay, mi hijito. Mi pobre hijito! ¿Por qué me hasdejado sola? ¿Por qué no le hiciste caso a tu mamá? ¡Ay demí, huérfana pobrecita! ... ¿Por qué la tierra no me aceptó amí, vieja e inútil, sino a tu juventud?
La vecina, recostada sobre una pared, vigilaba en silencio a la loca.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Megui a Ketó.
—Ha recobrado la razón, lo ha recordado todo. Es laprimera vez en los cinco últimos años. Debería ser para elbien de ella, pero, mira cómosufre... Ojalá esto terminepronto, de lo contrario, se va a matar.
Megui se puso de rodillas delante de la anciana.
— Levántese, madre, por favor.
— Leila... Mi nuera... ¿Cómo te llamas, hijita?... Almade santa...
— Me llamo Megui...
— Ah... Buen nombre, muy tierno... Te he tomadomucho cariño... Pero, déjame ahora... No puedo ver tujuventud... Tú vives, y Rezó... Vete... Mañana... Espérate...Toma ese talismán... Te traerá felicidad...Guárdalo siempre,amparará a tus hijos...
La Carocola tomó de las manos de la loca un medallón de plata.
— Te amparará también contra la guerra... Será unrecuerdo para ti... No quiero llevármelo a la tumba... PonleRezó a tu hijo...
Megui salió afuera y se detuvo. Sentía en su mano el peso del medallón. Abrió la mano y acercó a sus ojos miopes la amarillenta foto. Desde ésta la miraba sonriente y comprensivo un rostro joven. Retocados con un leve bozo oscuro, los labios estaban un poco abultados como suelen tener los niños. Megui lo reconoció... Ya había visto ella ese rostro. Era el amado con quien había soñado. Hermoso y luminoso porvenir le auguraban sus sueños. La Caracola le acariciaba los pelos, diciendole cariñosamente Misha. Rezó y Misha.¿Rezó o Misha?
Megui no dudaba de que lo encontraría. De lo contrario, sería una injusticia horrenda, increíble cuando una tiene dieciocho años. Ellos dos vivirán felices y muchos años, y se morirán juntos el mismo día...
...Entretanto, detrás delapuerta gemíalavieja...
*Jarchó: sopa georgiana con carne de cordero y muchas espesias, muy aromática y picante.
RELATOS DE ESCRITORES GEORGIANOS
EDITORIAL RADUGA
MOSCU 1986